lunes, 2 de junio de 2008

PARADERO DE HISTORIAS CON COLOR…

POR CRISTINA MONTOYA
Tarde y fría parecía la noche de aquel viernes de mayo, cuando cansada de esperar el bus con destino a Caldas, decidí sentarme a esperar algo más de 45 minutos en un parador ubicado entre la ruidosa y abrumadora calle de Maturín, situada entre la Oriental y el Palo, un sector de paso con transeúntes que esperan en aquel cuadradero de buses, las diferentes rutas de los municipios del sur del Área Metropolitana.

En este lugar las diferentes empresas de transporte público parecen enfrentarse en una guerra vehicular, todo por intentar ubicarse antes que el bus de la empresa contraria haga su arribo. Allí el caos parece contrastar con las voces de vendedores ambulantes, que esperan como en una competencia de gritos, poder atraer a las personas que como yo, solo deseamos llegar pronto a casa, luego de un agitado día en el centro de la ciudad.

En medio del contaminante humo aparecen basuras regadas en un poste, cerca de donde están ubicados varios vendedores de papitas fritas. Todo un contraste social de esta ciudad, que abre sus espacios a las diferentes actividades comerciales de personas ocasionales como éstos o de negocios como cantinas, bares, hoteles y unas cuantas farmacias, además del Pasaje Comercial San Antonio que tiene salida por esta calle.

De este aspecto físico de Maturín, más que deprimente y abatido, entre otras cosas por el estado de las aceras, donde ha sido poca la intervención de la Alcaldía de Medellín, se le suma la informalidad del sector en cuanto a trabajos, allí hasta el pregonero que anuncia la partida de un bus, tiene delimitado su territorio y no permite que otros lleguen a hacerle la competencia.

Pasan más de los 45 minutos y al parecer hay un derrumbe en la vía de la variante y por eso no despachan buses por esta ruta, así que el despachador me dice que debo esperar cerca de 20 minutos más. Cansada y con un rostro de angustia, decido entonces pensar en otras cosas que me relajen, dándome así a la resignación de una espera que agota en medio de este lugar.

De pronto entre la monotonía del momento, veo como en la acera del frente, en una barbería hay cerca de 24 personas negras entre peluqueros y clientes que esperan el turno. Todo un swing que se expresa desde la fachada, la música caribeña y la alegría de estas personas que se reúnen en una comunidad que empieza a llamar mi retraída atención.

Sin pensarlo dos veces, decido acercarme al sitio para tratar de hablar con algunos de ellos y lograr unas cuantas fotografías, aprovechando que aquel día tenía la cámara. Mi intención estaba ligada a la curiosidad de poder descubrir aspectos importantes de esta comunidad afrodescendiente, a la que al parecer estar ubicados sobre Maturín no les molesta la apariencia contaminante de la calle, allí estas personas viven y se comportan de manera especial, en su mundo, sin mezclarse con personas blancas.

Cuando digo que la población negra se comporta de una forma especial es porque en los locales comerciales que son de los negros solo van negros y aunque en la calle se da una variada oferta de negocios, ellos demuestran cierta fidelidad con las personas de su comunidad, indicando una unidad étnica interesante, en ese momento me pregunté: ¿Será que las personas de color se sienten mejor entre ellos o han sido humillados en los demás centros de Maturín por ser de una raza diferente a la predominante?

Sabia que para poder abordarlos debía valerme no solo de un carisma especial, sino que también debía ser cuidadosa de no hacer o decir algo que los pudiera molestar. En ese momento cuando pregunté por el dueño del local, aparecieron varios socios, que son a la vez peluqueros de aquella barbería. Herney Murillo, un hombre de color, alto y de aspecto formal, fue quien me explicó que el lugar pertenecía a ocho propietarios.

Lo curioso de esta barbería es que se encuentra dividida en dos negocios. Allí se identifican dos grupos de socios, el primero, donde se encuentra la barbería de mayor espacio y que está conformada por un mismo grupo familiar y el siguiente cuadrante de la barbería, pertenece a personas negras independientes que se asociaron al grupo familiar y también montaron sus puestos de peluquería.

Llevan cerca de 10 años en la ciudad, son todos pertenecientes del Chocó y llegaron a Medellín en busca de mejores oportunidades. Todo un proceso que reconoce Herney que no fue fácil, pues la adaptación en un lugar como este requiere de tiempo, dedicación y algo de capital, pero poco a poco han logrado posicionarse en el sector, entre personas de su mismo color que se sienten identificadas con sus camaradas.

Tienen diferentes cortes por catálogos y allí los clientes buscan el diseño hasta que se ajustan con alguno. No importando el tiempo que tarde cada corte, los negros esperan el turno que sea necesario, claro que por la gran oferta de peluqueros, es muchísimo más rápido. “aquí casi todos ya tienen un corte definido y eso en fines de semana es mero boleo” reafirmó Herney.

Este hombre quien me atendió amablemente todo el tiempo, pese a las miradas de asombro de los demás transeúntes, que esperan las rutas de buses desde la otra acera y las miradas azarosas de algunos negros de la barbería familiar, me contó que es Publicista y fue quien diseño la imagen de la fachada del negocio y hace un tiempo trabajó como comunicador de una ONG de Afro descendientes en la ciudad.

Sin pesarlo, habían transcurrido ya más de 20 minutos y poco a poco me había ganado algo de confianza de esta comunidad, aunque los dueños de la barbería familiar, no parecían muy simpáticos con una mujer blanca como yo, que solo estaba deseosa de conocer historias y de distraer mi monotonía por la espera del bus de Caldas.

Ya era hora de irme, me despedí del lugar y montada en el bus, mientras esperaba que partiera el transporte pude seguir otro aspecto interesante de esta comunidad negra, ubicada en la calle Maturín, un lugar en el que pensé que todo era estresante por la contaminación, visual y auditiva.

De esta manera pude concluir que en todo caso quien pasa por la discoteca y la barbería de estos personajes en horas de la noche los viernes, puede evidenciar con claridad cómo es un negro contento. Con el parlante de los equipos de sonido al máximo volumen, en la acera hombres y mujeres bailan, cantan y se deleitan con los ritmos caribeños de la salsa, la champeta y el regueton.

Los negros tienen todo un ritual social los viernes, cuando salen en la tarde de sus trabajos se reúnen en la barbería y se hacen los cortes que los peluqueros les muestran por medio de catálogos donde se ven las tendencias que se está usando en Estados Unidos, en el que reconocidas figuras del boxeo y el baloncesto lucen sus cabezas con motilados llamativos, en los que se evidencia toda una destreza y habilidad en el manejo de la cuchilla o barbera.

Mientras esperan que los peluqueros mejoren sus apariencias, leen revistas, llaman por celular a las novias y amigos, acuerdan la hora de encuentro para salir a rumbear. En el local del lado donde está el bar de la comunidad negra, una mujer de color les ofrece beber una cerveza, entre ellos hacen chistes y los más animados se paran de las sillas cuando escuchan que en el bar suena algún ritmo cubano que les gusta e intentan bailar solos.

Una vez entran en la discoteca con sus amigos la situación se vuelve más divertida, porque demuestran en el lugar esa habilidad para el baile tropical tan característica que tienen. A medida que pasan las horas ellos más se animan y menos se agotan, parecen tener una energía inigualable cuando de moverse se trata y quien pasa desprevenido por la calle entrada la noche, se puede deleitar con un espectacular show de baile.

Una historia con color alegre, pujante y que muestra la otra cara de un frío parador, al otro lado de la acera, donde muchos transeúntes como yo deseamos llegar a casa, pero que definitivamente, después de tener una experiencia como éstas, se logra hacerse una visión mas diferente de lo que puede pasar en un día común y corriente, donde el ritmo esta marcado por la intensidad y curiosidad por explorar en otras culturas, que se enmarcan en la cotidianidad de una ciudad como Medellín.

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