POR NATALIA PATIÑO
Esa es la frase favorita que promulga su estilo de vida. Yeison, joven de 17 años que respira y transpira su música; el punk hardcore es para él un estilo de vida a la cual no piensa renunciar a pesar de su familia, quien continuamente está encima recalcándole esa “facha de indigente” y “esa música infernal que lo posee a ratos”. Yeison nació en el hogar de una familia humilde, un 8 de noviembre de 1988 en la bulliciosa Medellín. Mide 1.72 de estatura, su peso no sobrepasa los 70 kilos, de piel trigueña y mirada perdida en el horizonte, pero su mente siempre donde debe estar: en la meta de sus sueños.
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Tiene un gran corazón, la nobleza que inspira al hablar con él me lo delatan, pero quizás ese es un defecto que le ha costado caro, porque sus “amigos” le han dado golpes muy bajos de los cuales le ha costado trabajo recuperarse. De niño, sufrió el desastre de una separación dolorosa por parte de sus padres; le partió el corazón saber que su mamá y su papá ya no se querían y que ya no podría volver a ser una familia normal y parece ser que este suceso le ha marcado profundamente, porque sus ojos se humedecen al contármelo.
Él vive con la abuela, una tía, un primo y un tío y en ocasiones con su mamá, quien por razones de trabajo, sólo duerme los fines de semana con ellos, pero el resto de la semana vive en en el barrio Manrique.
Hay algo que me gusta de él cuando estoy a su lado. Emana una energía y unA este joven, los conciertos de punk le quitan el aliento, cada vez que va a esos eventos, siente que su alma se le va a escapar por cada poro y grita fuertemente para espantar todos esos demonios y al final, sale de allí exorcizado y en paz. En las canciones de su banda, se reflejan el inconformismo, la rebeldía y la apatía de una juventud que busca nuevas formas de vida frente a una sociedad cada vez más caótica y lasciva. Él toca la guitarra, esa es su “segunda mujer”, con quien ha disfrutado de los mejores momentos entre sus amigos y su novia, y no se la presta a nadie, porque “así como la novia es de uno la guitarra también”.
Cuando se va de “parranda” a la hora de beber, prefiere un licor casero llamado “chamberlan”, fabricado sobre alcohol etílico y otros licores, o si la ocasión lo amerita, un buen trago de vino cherry no vendría nada mal. Los cigarrillos van y vienen, el humo se hace evidente y el embotamiento también. El ambiente es pesado, sus amigos a quienes frecuenta son pendencieros; reparten puños y patadas cuando “el parche se calienta”, eso a él no lo afecta en lo mínimo, su carácter relajado le permite ver desde fuera sin inmiscuirse demasiado, pero cuando le tocan sus cosas de una se mete en el tropel defendiendo sus pensamientos y creencias.
“Si me toca darle duro a mis amigos les doy, es que a veces quieren meterse en mi vida, y eso yo no lo permito…ni se lo permito a mi mamá ni a nadie, es mi mundo y yo veré cómo lo resuelvo”, afirma mirando al suelo y empuñando su mano en señal de esa rabia insolente que envuelven sus 17 años.
Sólo al final de esta conversación sobre su vida, me dice: “Natalia, mi vida es el punk, no concibo mi vida sin mi música, y si he de morir ya, que sea en un concierto con las botas puestas”.
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