miércoles, 4 de junio de 2008

LA CONSTRUCCIÓN YA NO LA PAGAN COMO ANTES

POR ANDRÉS GARCÍA

El día que Francisco se convirtió en estatua fue el 20 de julio de 2004, “yo era constructor, trabaja la construcción en Armenia, pero vi a un amigo y me motivé a trabajar, le dije
a él que me prestara el disfraz”, ese fue el día que Francisco cambió de oficio. Después de que su amigo le prestó el maquillaje y el vestido, este hombre se fue para el Parque Bolívar de Armenia, como era día patrio ese lugar estaba lleno de gente. Allí se ubicó y en su debut recogió 60 mil pesos.

El constructor decidió ser estatua porque le parece que es un arte muy bonito, ya que no le está “metiendo” la mano en el bolsillo a nadie, la gente le regala monedas y no tiene que trabajarle a otra persona.

Él seguirá siendo estatua por mucho tiempo. Las voces de aliento, el apoyo de la gente, tanto de los que le regalan monedas como los del Espacio Público que ya lo dejan trabajar, es lo le motiva a seguir adelante, pero sin lugar a dudas su mayor inspiración es su familia.

Han transcurrido unos minutos desde que empezamos a hablar, el sol está fuerte, los buses pasan ruidosamente por las calles y me obligan a elevar el tono para que la grabadora pueda capturar bien las voces. Él me mira impaciente, yo intuyo que quiere que terminemos pronto, pues hoy empezó a trabajar muy tarde y ha recogido poco dinero.

“una de las mejores estatuas de Medellín…”

Son las tres de la tarde. El Parque de Berrío de Medellín está más congestionado que nunca, mucha gente lo atraviesa de lado a lado, caminan rápido e ignoran a los vendedores ambulantes que anuncian sus productos, como la lotería, los bolsos y el libro que cuenta la historia de la serie de televisión más famosa en Colombia por estos días. Pero en Medio de tanta algarabía, estrujones y el intenso calor (aunque casi no está haciendo sol), está inmóvil este personaje dorado que sólo se mueve y entrega una manilla de hilo amarillo, azul y rojo cuando le echan una moneda en su alcancía.

Él es Francisco Javier Guzmán, un caleño de 36 años, que desde hace dos es una estatua humana. Llegó a Medellín hace pocos meses y todos los días se ubica en el mismo lugar, en la esquina del Parque Berrío, ahí en todo el centro de la ciudad, donde se cruzan la calle 50, Colombia, y la carrera 50, Palacé; un lugar muy concurrido que le ha dejado muy buenas ganancias. Pero viajará muy pronto a Villavicencio a continuar con la profesión que inició en el Parque Bolívar de la ciudad de Armenia.

Hoy es un día normal…

“Me levanto tipo seis y media o siete de la mañana, prendo un ratico el televisor y veo el noticiero”. Así inicia la mañana en un hotel de Medellín, esperando cumplir con un contrato con el “Hotel Incontinental”, como lo llama él obviándole la sílaba “ter”, y reclamar un premio que se ganó en Itagüí para luego regresar a Villavicencio, donde es la única estatua humana.

A las ocho y media de la mañana prepara su maquillaje que está hecho a base de “Aceite Johnson” y “polvo dorado”, se lo aplica y se pone un traje verde, sus guantes, sus manillas y está listo para iniciar su jornada de trabajo.

Son las nueve de la mañana y este hombre de 1.75 m de estatura se prepara para quedar varias horas de pie sobre un soporte de madera, con una alcancía y un letrero que dice “estatua greco romana” y que termina con otra frase: “gracias por su colaboración”.

Ya es medio día y lleva tres horas de pie, decide bajar y se va a descansar mientras almuerza, recupera energías porque aún le queda mucho tiempo por resistir como estatua. Una hora y media después reinicia su labor, en medio del calor de las dos de la tarde y sigue derecho hasta las seis y media, aunque a veces descansa, “cuando dejan de echarle monedas, descansa 10 minutos y vuelve y se sube”.

Cuando termina su labor se baja del soporte de madera, estira sus músculos, recoge sus cosas y se va. Retira su maquillaje con el mismo aceite con el que se fabrica y con un “aparatico que yo tengo”, pero “cuando no hace casi sol me lo retiro con agua”.

Mientras converso con Francisco, la gente pasa por detrás de mí y nos mira. Pasa una señora gritando, diciéndole a él que deje de ser “bobo” y que no hable de gratis; a mí eso me da pena y me bloqueo en las preguntas que le hago, pero pronto me repongo y continúo.

En su vida de estatua ha experimentado varios sucesos, unos muy agradables y otros no tanto. Sus mejores recuerdos son las felicitaciones por ser, según la gente, una de las mejores estatuas que hayan visto.

Una experiencia poco agradable fue el día que iban a robar a un muchacho, “me tocó coger aquí a uno que estaba robando a un pelaito, yo estaba parao y él decía venga que yo le lamino la cédula, de esos que laminan en la calle, que tal y cuando yo lo vi, el pelaito le pasó un carné y le dijo venga pues y el otro le dijo: bueno pásame todo lo que tengás ahí o si no te chuzo, entonces yo alcancé a oir y dije: ¡uy cómo así! Entonces yo me bajé de una y le dije: ve es que vas a robar al pelaito, y apenas le dije eso salió a correr el tipo”.

Él sueña con una escuela de estatuas humanas: “me gustaría que hubiera una escuela para enseñarle a la gente que quiere ser estatua”, y de hecho él ya ha iniciado, su alumno es un pelao al que le explica cómo se debe mover y cómo tiene que hacer sus gestos.

Y qué mejor profesor que este humilde hombre que se siente orgulloso de lo que es, que colabora a tres colegas que se ubican en el mismo lugar y que se siente alagado cuando le hacen reconocimientos a su labor, como la que le hicieron en las Fiestas de la Pereza en Itagüí, donde participó como estatua y se llevó el segundo lugar.

Definitivamente así, con ese apoyo, cualquiera sigue adelante con su profesión y me cuenta de manera humilde lo que le han dicho: “yo, no es que me las quiera dar, pero aquí en Medellín yo soy una de las mejores estatuas que han visto”.

Los vendedores ambulantes continúan ofreciendo sus productos, la gente pasa muy rápido esquivándolos y haciendo maromas para no chocarse con otros transeúntes, a esa hora de la tarde el centro es todo un caos.

Ya he terminado de hablar con Francisco, le agradezco por brindarme un poco de su tiempo, él se sube a su soporte de madera y yo me uno a la gran masa de desorden que se forma en el Parque de Berrío. Atravieso la calle, he caminado una cuadra, miro hacia atrás y veo en la entrada del Banco Popular al inmóvil personaje que hace dos minutos estaba conversando conmigo.

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