jueves, 5 de junio de 2008

MARTES DE PEREGRINACION

POR VICTORIA GUERRERO

Es martes, el parque esta colmado de gente que viene de todos los barrios de Medellín, así como de los municipios del área metropolitana y de las diferentes regiones del país. Se agolpan hacia los vendedores de veladoras, novenas de Maria Auxiliadora, camándulas, imágenes y hacia las famosas empanaditas de 200 pesos que venden al lado de la parroquia de Santa Ana.

Al ingresar a la parroquia inmediatamente me dirijo hacia el ala izquierda del altar donde se encuentra el monumento de Maria Auxiliadora también conocida como la Virgen de los sicarios lo que ha hecho que con el tiempo se convierta en un icono religioso de Sabaneta.

Es visitada por miles de feligreses quienes no sólo buscan sus milagros sino también los del padre Ramón Arcila quien fue sepultado en agosto de 1985 en los pies del monumento de la virgen.

Estoy ahí, parada, admirándola esta rodeada de arreglos florales que sus peregrinos le traen cumpliendo la cita que voluntariamente practican cada martes. Algunos cumpliendo penitencias por los milagros ya recibidos, otros, pidiendo por los que aún necesitan y algunos suplicando para que el tiro les sea certero, como lo menciona Fernando Vallejo en su novela La virgen de los sicarios “Dicen los sociólogos que los sicarios de piden a Maria Auxiliadora que no les vaya a fallar, que les afirme la puntería cuando disparen y que les salga bien el negocio”.

Volteo mi mirada, la luz que invaden las enormes puertas de la iglesia me impiden descifrar esas dos extrañas siluetas que se acercan lentamente…Un par de ancianos, presos del sacrificio, cargan sus zapatos en las manos mientras se acercan de rodillas al altar de Maria Auxiliadora. Se trata de la señora Lucia Domínguez, una fiel católica devota a la Dominica, quien acompañada de su esposo, cumple una penitencia por un “milagrito” que se les cumplió. Asegura que la virgen cumple todo lo que se le pide, menos la cura del cáncer. “Es que yo quiero mucho a la virgencita, ella le consiguió la casita a mi hijo y además le dio un empleo ahora estoy pidiéndole por la salud de mi hermana”.

Tilín, tilín…Tilín tilín. Suenan las campanas. La misa de peregrinación va comenzar, ya son las cuatro de la tarde, no quedan sillas para los cientos de devotos que presenciarán la eucaristía, muchos se quedan de pie. Afuera, otro grupo de creyentes se prepara para escucharla desde una banquita del parque. Las palomas, también se agrupan esperando que los visitantes compren bolsitas de maíz para alimentarlas. Los niños ilusionados corren tras ellas intentando atraparlas ¡pero nunca lo logran, siempre es lo mismo!

En una cabina de vidrio, el Padre se prepara para recibir a los pecadores dispuestos a confesarse, muchos con susto, otros con serenidad, pero siempre, siempre, ahí están, esperando su turno para la hora del arrepentimiento. Más adelante, un joven, de tez blanca y cabello oscuro se dispone a recibir y a cuidar de las veladoras que los feligreses van donando, blancas, amarillas, rojas, rosas, azules…cada una es acomodada sobre una mesita ubicada en el cuarto que linda con el altar de la virgen.

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